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Imagen de la categoría  Cuento de Adviento 28 - El hijo de Dios Padre
Jueves, 24. Diciembre 2020
 

Imagen: Natalya Yeshchenko

Imagen: Natalya Yeshchenko

 

El hijo de Dios Padre

 

Cuando la Noche Buena envolvió con su manto lentamente la Tierra, todo era un profundo silencio.

Parecía como si el mundo hubiera detenido la respiración.

Más en los cielos, los ángeles miraban hacia las más sublimes esferas, allá donde se encontraba el Trono de Dios Padre rodeado de los Querubines y Serafines.

De repente sucedió lo esperado y anhelado durante tanto tiempo: se hizo visible el Trono de Dios Padre a las Jerarquías al abrirse este círculo.

Del solio se separa el ser más excelso, tan luciente y puro, tan claro y sereno, que ningún lenguaje ni aún celeste lo puede describir.

De forma benévola miraba hacia la ronda de los ángeles quienes lo contemplaban adorándolo.

Posteriormente, Él cede el paso a Dios padre que con su sacra y seria mirada penetraba las esferas de los seres celestes.

Frente a él se abrió un sendero de luz que llegó hasta la Tierra, donde los ángeles ahora podían distinguir un humilde establo, en el cual una mujer y un hombre estaban sentados al lado de un pesebre, junto con un buey y un burrito.

El hombre estaba somnoliento; en cambio, la mujer al dirigir su mirada al cielo, descubrió esa vía luminosa, y levantó sus brazos como esperando algo.

Entonces, en este momento, el ser luminoso, el Hijo de Dios que se había separado del Trono del Padre, emprendió su camino y empezó a descender lentamente hacia la Tierra, aclamado y acompañado por el canto de los coros angelicales.

Mientras pasaba de una esfera celeste a la otra, se transformaba constantemente: primero en un Serafín; después en un Querubín, para desprenderse como si fuera un ropaje, poco a poco de las formas gloriosas de los seres celestes.

Pasó por el círculo de los Arcángeles; después por la ronda de los Ángeles para también trascenderla.

El sencillo establo empezó a relucir cuando el ser luminoso se acercó a María, y como imagen luminosa se inclinó hacia ella.

Su luz se reflejó en los ojitos del pequeño niño que era cargado por María, su madre.

Nuevamente vibraban los cielos por los cánticos de los Ángeles, y la tierra resonaba por la glorificación de los seres celestes:
Hoy ha nacido el Salvador, Cristo, el Señor.

  

 


En las semanas antes de la Navidad, muchas familias acostumbran adornar un "rincón festivo", en el que poco a poco nace aquél paisaje en que María y San José con el burrito están en camino a Belén. En la primera semana de Adviento sólo se extienden en un tela de color café, piedras naturales, y las más bonitas de ellas forman el sendero para la Madre de Dios. En la segunda semana se añaden las plantas (musgo y piñitas o algunas macetas con palmitas); en la tercera semana los animales, en primer término los borregos pastando, y finalmente en la cuarta semana, los hombres (es decir, los pastores cuidando a sus rebaños). Mientras tanto el paisaje crece, se pueden contar las pequeñas narraciones, que por sí mismas en el curso de las cuatro semanas, progresan desde los elementos hacia los reinos de las plantas, de los animales y finalmente al hombre.

La idea de estos cuentos es leerlos entre la familia. También es recomendable usarlos en las escuelas como Calendario de Advierto, que de un cuento al otro, en diario aumento va guiando hacia la Navidad. Para los niños más pequeños se sugiere escoger alguno entre los siete cuentos de la respectiva semana, y repetir éste durante una semana a la hora de la celebración. También los niños pueden representarlo, formando un teatrillo dentro del paisaje.

Al nacer estos pequeños cuentos, surgió en mí la alegría en espera de la Navidad. Sin embargo, no sólo ha despertado ganas de contar fábulas, sino también el deseo de llevar a los niños hacia un hecho que es esperado por todo el mundo. Espero que así cada día más, despierte en ellos el sentido de que la luz de la Navidad esté aumentando, hasta que en la Noche Buena brille en todo su esplendor.

Georg Dreissig

 
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