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Imagen de la categoría  Cuento de Adviento 26 - Daniel y su flauta
Miércoles, 22. Diciembre 2021
 

GD 26

Imagen: Natalya Yeshchenko

 

Daniel y su flauta

 

Cuando Daniel, tocando su pequeña flauta aparecía en las calles de Belén, la gente se quedaba parada para escucharle con gusto.

En realidad, Daniel era un pobre muchacho: desde su nacimiento tenía el corazón tan débil que no le permitía correr ni brincar con los demás niños; con su pie izquierdo cojeaba un poco, y lo peor de todo era que estaba ciego.

Nunca había visto el sol ni el cielo, ni el bello mundo. Sin embargo, cuando tocaba su flauta, y eso lo hacía por doquiera que andaba, sus melodías siempre sonaban llenas de alegría.

Daniel era un niño feliz, y su buen humor contagiaba a toda la gente.

Era pleno invierno cuando en una mañana, la gente al despertar ya no vio más que velos grises frente a su ventana.

Toda la ciudad de Belén estaba envuelta en una extraña neblina que impedía ver algo, ni reconocer los callejones y rincones.

Solamente a una personita no afectaba esa situación: A Daniel, a quien la neblina no lo detuvo en su casa.

Exactamente en ese día, sintió cierta fuerza especial que lo impulsaba hacia afuera.

En aquél entonces todavía no se festejaba la Navidad; pero lo que él sentía en este día era la misma alegría que nosotros percibimos cuando esperamos esa fuerza luciente.

Tomó su flauta, y guiándose por su buen oído, salió directamente por el portal de la ciudad; buscó su camino a lo largo del muro hasta llegar a su roca favorita.

A pesar de la densa neblina empezó a tocar su flauta.

Ahora ya no era un pequeño muchacho ciego; al contrario, se había transformado en toda una orquesta que tocaba en la boda de la pareja real.

Lo hizo con tanta intensidad, que ni se dio cuenta de los velos de neblina que lo rodeaban, impidiendo la visión a la gente.

Y así continuó tocando.

¿Para qué?...

Bueno, para que María y José pudieran encontrar el camino para el sublime portal; porque se tenía que cumplir la profecía, que ellos por aquí, y no por otro lugar, entrarían a la ciudad.

María y José se encontraban perdidos en medio de la densa neblina y ya no sabían por dónde seguir.

De repente, escucharon la melodía tocada en la flauta: “Pasa el héroe con gallarda majestad...”

Se detuvieron para descubrir de dónde venía tan bella música, luego continuaron su camino guiados por la dulce tonada.

¿Qué ángel nos estará guiando?, preguntó María; y en el mismo momento vieron aparecer de entre la niebla un pequeño muchacho, sentado en una piedra con una flauta en los labios.

Nuevamente detuvieron sus pasos, y sin hablar, escucharon la música hasta que la canción se desvaneció.

Entonces, Daniel dirigiéndose a ellos, les preguntó: ¿Quiénes son ustedes y qué buscan por aquí?

Somos pobres caminantes y buscamos la entrada a Belén, contestó José.

¿Pobres caminantes?, preguntó el niño sorprendido, y parecía que con sus ojitos ciegos los estaba observando atentamente, y luego añadió:
El muro de la ciudad está muy cerca; sigan a su lado y encontrarán un pequeño portal.

Y así fue; pronto María y José descubrieron el muro como una obscura sombra.

Dieron las gracias al pequeño músico y continuaron su camino.

Y éste los llevó exactamente al “sublime portal”, aquélla pequeña puerta que había sido abierta especialmente para ellos y que todavía permanecía con la brillante llave puesta.

Por ella entraron a la ciudad.

La música la oían cada vez más lejana, a pesar de que Daniel seguía tocando.

Tenía que continuar para expresar así su alegría; ¡pues había visto algo tan maravilloso!

Se había sentido envuelto en luz, y en medio de ella había visto a dos personas que llevaban consigo a un niño, un pequeñito que lo había llamado con s u manita: ¡Ven!

Sí, él iba a ir cuando el tiempo llegara. Sin embargo tenía que seguir tocando, como si con su música pudiera esparcir toda la niebla junto con la ceguera de los hombres.

Desde esta noche jamás se ha vuelto a cerrar el círculo de los Querubines y Serafines.

Cada año esa vía luminosa nuevamente se forma desde el trono de Dios Padre hasta la tierra, para que este excelso ser transite por ella y así nacer entre los hombres, para sembrar su luz dentro de sus corazones; para relucir a través de sus ojos, al igual que antaño ha lucido desde los ojos del Niño Jesús.

  

 


En las semanas antes de la Navidad, muchas familias acostumbran adornar un "rincón festivo", en el que poco a poco nace aquél paisaje en que María y San José con el burrito están en camino a Belén. En la primera semana de Adviento sólo se extienden en un tela de color café, piedras naturales, y las más bonitas de ellas forman el sendero para la Madre de Dios. En la segunda semana se añaden las plantas (musgo y piñitas o algunas macetas con palmitas); en la tercera semana los animales, en primer término los borregos pastando, y finalmente en la cuarta semana, los hombres (es decir, los pastores cuidando a sus rebaños). Mientras tanto el paisaje crece, se pueden contar las pequeñas narraciones, que por sí mismas en el curso de las cuatro semanas, progresan desde los elementos hacia los reinos de las plantas, de los animales y finalmente al hombre.

La idea de estos cuentos es leerlos entre la familia. También es recomendable usarlos en las escuelas como Calendario de Advierto, que de un cuento al otro, en diario aumento va guiando hacia la Navidad. Para los niños más pequeños se sugiere escoger alguno entre los siete cuentos de la respectiva semana, y repetir éste durante una semana a la hora de la celebración. También los niños pueden representarlo, formando un teatrillo dentro del paisaje.

Al nacer estos pequeños cuentos, surgió en mí la alegría en espera de la Navidad. Sin embargo, no sólo ha despertado ganas de contar fábulas, sino también el deseo de llevar a los niños hacia un hecho que es esperado por todo el mundo. Espero que así cada día más, despierte en ellos el sentido de que la luz de la Navidad esté aumentando, hasta que en la Noche Buena brille en todo su esplendor.

Georg Dreissig

 
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