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Imagen de la categoría  Cuento de Adviento 25 - El viejo portero
Martes, 21. Diciembre 2021
 

Imagen: Natalya Yeshchenko

Imagen: Natalya Yeshchenko

 

El viejo portero

 

Simeón, el viejo portero, estaba sentado en la ventana, observando el girar de los copos de nieve y pensando en tiempos pasados. Noventa años ya ha vivido y había vigilado los portales de Belén durante los últimos setenta años; en las mañanas, cuando el primer rayo del sol fulguraba sobre el horizonte, había abierto los portones y los había cerrado nuevamente en la noche, cuando el último brillo solar desaparecía.

A mucha gente había visto entrar y salir, y con el tiempo había aprendido a reconocer si pretendían lo bueno o lo malo.

Ahora, se le disminuía cada día más la energía y requería de mucho esfuerzo; ya casi no podía cargar el pesado llavero ni podía mover las macizas puertas en sus goznes; por eso, un hombre más joven había tomado su puesto.

Ahora a Simeón le encargaron vigilar sólo un pequeño e insignificante portal en el muro oriental de la ciudad, que durante toda su vida nunca se había abierto, pero que aún llevaba el nombre de “el sublime portal”.

La llave de aquélla puerta se la había entregado su antecesor, cuando Simeón era todavía un joven, con la orden de cuidarla bien y vigilar que el hierro de la llave no se oxidara.

El portero sin duda reconocería fácilmente cuándo llegaría el momento para abrir el sublime portal.

Así, Simeón había cuidado y pulido aquella llave durante muchos años, pero nunca había recibido una indicación para abrir el portal.

Al acordarse todo esto, el anciano se levantó lentamente de su asiento, dio los pocos pasos hacia el estante y sacó la llave.

Entonces nuevamente se sentó en la ventana, y mientras veía caer la nieve, pulió con la punta de su chaleco una y otra vez la llave de hierro, hasta que empezó a brillar como si fuera de plata.

Tú sabrás cuando llegue la hora de abrir aquél portal, había dicho su antecesor.

Cada vez que Simeón se acordaba de estas palabras, le daba cierto miedo de que tal vez ya había pasado el momento de abrirlo por no haberse dado cuenta.

De repente notó, que el cielo empezó a brillar en el oriente, como si no estuviera cubierto con las nubes de nieve.

La luz empezó a resplandecer más y más, y en ella apareció un alto portal dorado que se abrió; de él salió un pequeño niño, que miró por todos lados y amablemente saludó con su pequeña mano al portero en su ventana.

Luego, comenzó a caminar hacia la Tierra por un sendero invisible; de vez en cuando volteaba a ver a Simeón, quien asombrado, quedó observando este acontecimiento.

De repente exclamó: ¡El sublime portal! Ese niño viene al gran portal y yo estoy aquí soñando.

Rápidamente se levantó y sólo cubierto con su chaleco, marchó por la nieve hacia el sublime portal.

No se encontró con nadie en el camino; la gente prefería quedarse en casa por el mal tiempo.

Aunque ya no podía ver el dorado portal en el cielo, todavía percibía el brillo de la luz en el Este.

Finalmente llegó al portal, introdujo la pulida llave en la cerradura y la giró suavemente; en un momento la pequeña puerta se abrió silenciosamente: ¡y allí estaba el niño!

Estiró la mano confiadamente hacia Simeón y le dijo:
Gracias por haber oído la llamada y por haberme abierto. Yo también te he dejado abierto un portal: ¡mira!, y cuando el portero levantó la mirada, nuevamente vio el dorado portal en el cielo.

Estaba abierto ampliamente y un sendero luminoso le indicaba el camino.

Simeón sonrió felizmente y emprendió el camino hacía el portal celeste, mientras el niño le siguió con los ojos hasta que desapareció.

Pasaron algunos días, hasta que la gente extrañó al viejo portero.

Lo buscaron por todos lados sin poder encontrarlo.

Sucedió que un día, aparecieron en la ciudad unos peregrinos, un hombre con su joven mujer y un burrito.

Sin embargo, el nuevo portero no los había visto entrar y quedó muy asombrado.

Por esa razón fue a revisar el alto portal y lo encontró abierto con la llave todavía puesta.

¿Qué le pudo haber pasado a Simeón para que dejara abierto el portón?, murmuró el hombre; cerró el portal y puso la llave en su bolsillo.

No tenía la mínima idea que aquél para quien el sublime portal se iba a abrir, ya había entrado.

  

 


En las semanas antes de la Navidad, muchas familias acostumbran adornar un "rincón festivo", en el que poco a poco nace aquél paisaje en que María y San José con el burrito están en camino a Belén. En la primera semana de Adviento sólo se extienden en un tela de color café, piedras naturales, y las más bonitas de ellas forman el sendero para la Madre de Dios. En la segunda semana se añaden las plantas (musgo y piñitas o algunas macetas con palmitas); en la tercera semana los animales, en primer término los borregos pastando, y finalmente en la cuarta semana, los hombres (es decir, los pastores cuidando a sus rebaños). Mientras tanto el paisaje crece, se pueden contar las pequeñas narraciones, que por sí mismas en el curso de las cuatro semanas, progresan desde los elementos hacia los reinos de las plantas, de los animales y finalmente al hombre.

La idea de estos cuentos es leerlos entre la familia. También es recomendable usarlos en las escuelas como Calendario de Advierto, que de un cuento al otro, en diario aumento va guiando hacia la Navidad. Para los niños más pequeños se sugiere escoger alguno entre los siete cuentos de la respectiva semana, y repetir éste durante una semana a la hora de la celebración. También los niños pueden representarlo, formando un teatrillo dentro del paisaje.

Al nacer estos pequeños cuentos, surgió en mí la alegría en espera de la Navidad. Sin embargo, no sólo ha despertado ganas de contar fábulas, sino también el deseo de llevar a los niños hacia un hecho que es esperado por todo el mundo. Espero que así cada día más, despierte en ellos el sentido de que la luz de la Navidad esté aumentando, hasta que en la Noche Buena brille en todo su esplendor.

Georg Dreissig

 
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