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Imagen de la categoría  Cuento de Adviento 23 - La sopa caliente de la pobre mujer
Sábado, 19. Diciembre 2020
 
 

La sopa caliente de la pobre mujer

 

Rebeca era la mujer más pobre de su pueblo.

Poseía solamente la ropa que llevaba puesta y esa ya era poca, porque su blusa y falda estaban rotas, y los zapatos y las medias llenas de agujeros.

Todos la conocían, y Rebeca conocía a todo el mundo; sabía en qué puerta debía tocar cuando sentía hambre, y en dónde podía encontrar un techo para protegerse al dormir, cuando el frío ya no le permitía pasar las noches bajo el cielo. Llevaba una vida muy humilde, pero ya se había acostumbrado y no conocía otra cosa.

A un campesino, que una vez la compadeció por su pobreza, le dijo:
Por lo menos desconozco uno de los infortunios de los que todos ustedes tienen que sufrir, y cuando el campesino la miró interrogante, continuó:
a todos ustedes yo les pido limosna, pero a mí nadie me pide nada.

Y con una risa picara, cogió el pan que el campesino le había regalado y siguió su camino.

Ahora bien, en aquél invierno del que estamos hablando, había mucha hambre y frío en toda la región, así que la gente casi no tenía lo suficiente para alimentarse ellos mismos, y con pocos deseos querían compartir algo con la mendiga. Tenía que tocar en muchas puertas para juntar su pobre refrigerio.

Un día, Rebeca había recibido un poco de sopa caliente que apenas llenaba la mitad de su jarro.

Cuando se sentó a la orilla del camino para comer, de repente vio acercarse a un hombre y a una mujer con un burrito.

Ustedes ya habrán adivinado quienes son: María y José en su camino a Belén.

El hombre tenía una mirada ceñuda, y la pálida cara de la mujer estaba tan demacrada que hasta Rebeca sintió compasión.

Oigan, les llamó, ¿por qué se ven tan tristes y decaídos? ¿Qué es lo que les falta?

José la miró sin hablar nada, sopesando con la mirada el jarro.

Pero María le contestó casi sin voz: No tenemos qué comer y eso nos dificulta la caminata.

¿Y por qué no se compran algo de comer?, preguntó Rebeca, ¿O por qué no piden de comer?, continuó la mendiga.

Lo hemos intentado, confesó María apenada, pero nadie nos quiso dar algo.

Sí, sí, murmuró la mujer, son tiempos malos y la gente no tiene nada ni para ellos mismos. Miren lo poco que me han regalado a mí, y les mostró el jarro con la poquita sopa.

Y de repente le vino una brillante idea, la que nunca antes le había pasado por la mente.
¿Díganme, traen un recipiente consigo?

Desde luego María y José llevaban un jarro.

Vamos a compartir, dijo la mendiga, mi sopa y su penuria.

José sacó su jarro y la mujer le echó todo lo que pensaba que le era indispensable, y luego un poco más.

Entonces su propio jarro quedó vació, pero ella lo sostuvo de tal manera que María y José no lo notaron.

Cuando Rebeca vio comer a las dos personas hambrientas, sintió una alegría como jamás la había experimentado.

Hasta su propio apetito se le olvidó por un momento.

Sólo tardaron unos pocos instantes en terminar la sopa, y ya María y José estaban en camino otra vez.

Por mucho tiempo, Rebeca siguió con la mirada a los caminantes que la llenaron de tanta alegría, y que le habían mostrado una miseria que hasta ahora no había conocido.

Cuando finalmente se agachó para levantar su jarro vacío, lo encontró lleno hasta la orilla de una rica sopa caliente, que satisfizo de inmediato toda su hambre.

  

 


En las semanas antes de la Navidad, muchas familias acostumbran adornar un "rincón festivo", en el que poco a poco nace aquél paisaje en que María y San José con el burrito están en camino a Belén. En la primera semana de Adviento sólo se extienden en un tela de color café, piedras naturales, y las más bonitas de ellas forman el sendero para la Madre de Dios. En la segunda semana se añaden las plantas (musgo y piñitas o algunas macetas con palmitas); en la tercera semana los animales, en primer término los borregos pastando, y finalmente en la cuarta semana, los hombres (es decir, los pastores cuidando a sus rebaños). Mientras tanto el paisaje crece, se pueden contar las pequeñas narraciones, que por sí mismas en el curso de las cuatro semanas, progresan desde los elementos hacia los reinos de las plantas, de los animales y finalmente al hombre.

La idea de estos cuentos es leerlos entre la familia. También es recomendable usarlos en las escuelas como Calendario de Advierto, que de un cuento al otro, en diario aumento va guiando hacia la Navidad. Para los niños más pequeños se sugiere escoger alguno entre los siete cuentos de la respectiva semana, y repetir éste durante una semana a la hora de la celebración. También los niños pueden representarlo, formando un teatrillo dentro del paisaje.

Al nacer estos pequeños cuentos, surgió en mí la alegría en espera de la Navidad. Sin embargo, no sólo ha despertado ganas de contar fábulas, sino también el deseo de llevar a los niños hacia un hecho que es esperado por todo el mundo. Espero que así cada día más, despierte en ellos el sentido de que la luz de la Navidad esté aumentando, hasta que en la Noche Buena brille en todo su esplendor.

Georg Dreissig

 
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