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Imagen de la categoría  Cuento de Adviento 18 - La despensa de la ardilla
Sábado, 14. Diciembre 2019
 

Imagen: Natalya Yeshchenko

Imagen: Natalya Yeshchenko

 

La despensa de la ardilla

 

En otoño, la laboriosa ardilla había juntado muchas nueces y las escondió en una u otra de sus madrigueras; las cubrió cuidadosamente con hojas secas, tierra y ramas para protegerlas y que nadie las encontrara. Sin embargo, ahí había un problema: cuando finalmente todas las nueces estaban bien escondidas, ni la misma ardilla las podía encontrar.

Y cuando llegó el invierno, la mesa de la madre naturaleza (que en verano había sido ricamente puesta con sabrosos manjares), sólo contenía escasos alimentos; por lo mismo, la ardilla tuvo que sufrir mucha hambre a pesar de sus provisiones llenas; realmente fue algo muy triste.

No le quedaba otra posibilidad más que hacer algo que de ninguna manera le gustaba: tenía que hacer la lucha de acercarse a las moradas de los hombres, para encontrar algo comestible.

En una ocasión, sucedió que la ardilla fue testigo de un acontecimiento desagradable.

Una pobre pareja había tocado en la puerta de una casa para pedir una limosna, pero la dueña de la casa los echó afuera con regaños y blasfemias.

Al ver las caras tristes de los pobres, a la ardilla eso le dolió mucho, y deseaba de todo corazón poder ayudarles.
Si pudiera acordarme dónde he escondido mis despensas, pensó y rápidamente corrió al bosque para volver a escarbar y buscar.

¡Y he aquí!... de repente fue muy fácil encontrarlas.

No es que la ardilla se hubiera acordado; más bien, ahora en todos los escondites donde se encontraban las nueces, brillaba una pequeña luz que le mostraba el camino.

Empezó a rascar y escarbar, lleno sus molares y rápidamente alcanzo a los pobres caminantes.

Primero se encontraba un poco temerosa, pero al ver la suave mirada de María y José, perdió su timidez.

Se les acercó con ligereza y colocó dos nueces a los pies de cada uno.

Quizás piensan que eso es poco para un estómago hambriento. Sin embargo, lo que es dado con amor, siempre es más de lo que aporta.

María y José le dieron las gracias al pequeño animal, comieron las nueces y ya no sintieron el dolor del hambre.

Desde aquel día le fue muy bien a la ardilla. Siempre que buscaba sus escondrijos, las lucecitas brillaban dentro de la tierra y nunca más tuvo que escarbar por sus reservas en vano.

  

 


En las semanas antes de la Navidad, muchas familias acostumbran adornar un "rincón festivo", en el que poco a poco nace aquél paisaje en que María y San José con el burrito están en camino a Belén. En la primera semana de Adviento sólo se extienden en un tela de color café, piedras naturales, y las más bonitas de ellas forman el sendero para la Madre de Dios. En la segunda semana se añaden las plantas (musgo y piñitas o algunas macetas con palmitas); en la tercera semana los animales, en primer término los borregos pastando, y finalmente en la cuarta semana, los hombres (es decir, los pastores cuidando a sus rebaños). Mientras tanto el paisaje crece, se pueden contar las pequeñas narraciones, que por sí mismas en el curso de las cuatro semanas, progresan desde los elementos hacia los reinos de las plantas, de los animales y finalmente al hombre.

La idea de estos cuentos es leerlos entre la familia. También es recomendable usarlos en las escuelas como Calendario de Advierto, que de un cuento al otro, en diario aumento va guiando hacia la Navidad. Para los niños más pequeños se sugiere escoger alguno entre los siete cuentos de la respectiva semana, y repetir éste durante una semana a la hora de la celebración. También los niños pueden representarlo, formando un teatrillo dentro del paisaje.

Al nacer estos pequeños cuentos, surgió en mí la alegría en espera de la Navidad. Sin embargo, no sólo ha despertado ganas de contar fábulas, sino también el deseo de llevar a los niños hacia un hecho que es esperado por todo el mundo. Espero que así cada día más, despierte en ellos el sentido de que la luz de la Navidad esté aumentando, hasta que en la Noche Buena brille en todo su esplendor.

Georg Dreissig

 
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